miércoles, 23 de septiembre de 2020

LA CORONILLA A LA MADRE DE DIOS DE LA MISERICORDIA




Al comienzo:

Dios te salve Reina,

Madre de Misericordia,

vida, dulzura y esperanza nuestra,

Dios te salve.

A ti llamamos los desterrados hijos de Eva.

A ti suspiramos gimiendo y llorando en este valle de lágrimas.

Ea pues, Señora, abogada nuestra,

vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos

y después de este destierro muéstranos a Jesús,

fruto bendito de tu vientre.

¡Oh clemente, oh piadosa,

Oh dulce siempre Virgen María!

Ruega por nosotros Santa Madre de Dios,

para que seamos dignos de alcanzar las promesas y gracias

de Nuestro Señor Jesucristo. Amén.


Al comienzo de cada decena: 

(una vez como si fuera el Padre Nuestro).

María, Madre de la gracia y Madre de la Misericordia, protégenos de los enemigos y acógenos en la hora de la muerte.


En cada cuenta de la decena: 

(10 veces como si se tratase de las Ave Marías).

María, Madre de la Misericordia, alcánzanos la misericordia de tu Hijo.


Oración final:

Madre misericordiosísima, nos abres tus brazos y tiendes las manos llenas de toda clase de gracias y dones.

Tu corazón de madre desea colmarnos de todo lo que necesitamos.

Animados por tu bondad, nos dirigimos a ti con confianza.

Consíguenos, oh Madre, todo lo que necesitamos

y, ante todo, haz con tu poderosa intercesión que guardemos la pureza y la inocencia,que cuidemos con fidelidad y perseverancia el amor de niños hacia ti y que llevemos en nuestros corazones la imagen del Corazón de tu Hijo. Que este Corazón nos proteja, guíe y lleve a la luz eterna. Amén.


ORACION A MARIA MADRE DE LA MISERICORDIA por el Papa Juan Pablo II

María, Madre de misericordia,

cuida de todos para que no se haga inútil la cruz de Cristo,para que el hombre no pierda el camino del bien,no pierda la conciencia del pecadoy crezca en la esperanza en Dios, «rico en misericordia» (Ef 2, 4),para que haga libremente las buenas obras que él le asignó (cf. Ef 2, 10)y, de esta manera, toda su vida sea «un himno a su gloria» (Ef 1, 12).

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